sábado, 10 de julio de 2010

Rocíos de hiel.

Rocíos de hiel
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(Rocíos de hiel)
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Esquivando el reflejo impío de tus estíos ojos
que se deslizan por el fragmento de nuestras pieles,
amando huir por los brotes florecidos
que se palpitan en los caminos, abolengos de tus poros.
Más allá donde se respira el hielo de tus besos
se conjugan con mis párpados, provocando desidia
a al cual mi alma se emerge con la mezcla de tus deseos.
Me sabía a hiel, no más la dulzura de su boca
se había detenido entre los oscuros bosques
rugiendo a los aires libertinos, y negando a las lunas
un amor que en los escombros espera su regreso.
Pero borró su identidad en el fulgor de las estrellas
y en el mundo, sus tétricas flores negras
(Ojos que acaramelaban a mis pacíficos ríos)
Se desprendieron a un infinito abismo.

Florida obsesión.


FLORIDA OBSESIÓN.


(RIMBAUD, EN MIS PAREDES)



Mejor en la corte de acaecida,

y de mano al mojigato

y sucumbir la inercia vida

de divergentes retinas subyugadas.


Oler la harina del paupérrimo mísero

luego de atisbar el estival

cuando se ha de corroer, al fin, el mundo

fatuo y allanado de faroles.


El pulcro se hace historia

y el veneno manjar transcendental,

como el estupor a los labios inertes

y el solivio al amor incandescente.


Yo he de amar,

y en mi cuello zurcir su falso nombre

así como Baudelaire, de sílex emblemático

lacerarme las alas singulares de hombre.


A todo he de querer

cual prisionera eterna entre su celda,

y al minuto desmesurarse la conciencia

amando sólo al de precoces ojos.


Frustrada hasta cruzar, seré

porque el lodo y los gusanos ocultaron

la joya y el placer, la tiranía y la soberbia

en los flancos que solemnes loaron.


Me he de deshilar como Verlaine

la desnudes eslabonada a sus profecías,

la fiesta de Sthepane en su sendero

ceñida al coro inherente de mi voz.


La torrencial de Darío

aumentar de pólvora las venas,

de vibraciones la lengua

y de gitano los jirones del alma llena.


Pero hallé pudor, sangre y vino

en el féretro púrpura de su boca

cual se asemeja iracundo y abominable,

Rimbaud, a llevarme por sus sombras.